Si pudieras escucharme te preguntaría ¿que “chamboneada” te mandaste Chulengo? Justo vos que en eso de andar en el agua eras el más hábil. No puedo creer que hayas dejado un cabo suelto que fue a enredarse en las paletas de la hélice para que la cabrona muerte te desafiara precisamente ahí, en ese espacio fluvial donde tantas veces mostraste tus habilidades con las que asombrabas construyendo tu propio marketing. Se hablaba de vos con admiración por tus conocimientos de esa patria del agua donde despertaste a la vida y por las hazañas que eras capaz de hacer para demostrar tu pertenencia islera que se forjó de la mano de tu padre en las costas de El barrancoso.
Por Manuel Lazo
¿Sabés amigo? Nadie entiende nada… Nadie se anima a asegurar que estás muerto y hasta fantasean con que has de estar por ahí, en la costa de alguna isla, debajo de algún curupí recuperándote para mostrarte nuevamente vivo y para ratificar que en “el país de los chajás” seguís siendo el más baqueano. Pero pasan las horas y aumenta la angustia como aumenta el caudal de ese riacho por las lágrimas de los que ya te lloran.
¿Te das cuenta? Ya te vas haciendo leyenda… Una leyenda como la del irupé, esa Ninfa real de romanticismo y tragedia, la del amor no correspondido entre la bella aborigen y la luna reflejada sobre el agua. ¡Que paradójico! Hacia ellas llevabas a los turistas que se asombraban con los enormes platos sobre los que vos colocabas una reposera para demostrar cuan fuerte son, aunque en rigor no soportan más de veinte kilos. Te reías como un niño diciéndoles a los turistas que “si alguien le diera un beso a un sapo para que se convirtiera en un esbelto príncipe, éste se iría a pique…”. Nos queda el consuelo de creer que también con vos la luna se apiadará y te devolverá a la vida reencarnado en algún árbol de generosa fronda para que seas sombra en las calientes siestas del verano islero o cobijo y amparo para la soledad del pescador en las frías noches de invierno.
Desde que se supo de tu desaparición he oído que te nombran de muchísimas formas, tantas que estoy seguro que vos te reirías socarronamente de algunas de ellas porque esos títulos que ahora te adjudican te costaron la incomprensión y hasta la descalificación de quienes no advirtieron que eras un adelantado en eso del turismo ecológico o el turismo aventura que hoy es una de las mayores demandas de la industria turística de Entre Ríos. Pero hay algo Chulengo que nadie puede discutir: Junto a otros utópicos y soñadores como vos, lograste que tu pueblo se pusiera de frente al río, y desde que dejaron de darle la espalda Victoria afianzó su progreso. Ese es con seguridad tu mayor mérito.
Chulengo: vos que siempre te reías y hacías reír con tus ocurrencias, ahora nos has puesto triste a todos y a ninguno nos resulta fácil no llorar por tu partida. Si hasta Octavio Osuna, ese gran cantor al que vos le hacías la picardía de ponerle una guitarra sobre una cucheta de la vieja “Melga” cuando salíamos a pescar para que se sintiera tentado a pulsarla y a soltar un chamamecito en la juntada, anda de cabeza gacha y tristón ocultando los cristales de las lágrimas. Hasta los parches de los tambores de tu carnaval se han callado en un silencio de malos presagios. Tu compañera, tus hijos, tus hermanos, tus amigos, no comprenden que tan luego a vos te haya llevado el río, ese río con el que construiste un romance eterno y del que fuiste un jangadero llevando tu carga de sueños. Cuesta creer Chulengo que ese río que te eligió para darte sus secretos, el que conserva viva la memoria de la cultura ancestral del chaná que habitó sus costas y navegó sus aguas, te haya llevado hasta su lecho vaya a saber para qué misión nueva. Tal vez, desde su vientre, el río ha vuelto a elegirte y desde tu memoria se revelará un mandato cada vez que nos acerquemos a sus orillas para oírlo en su lengua de agua dulce o para sentirlo en el pulso de su correntada.
Así como nuestro Gaspar L. Benavento se reconocía como “un árbol más en ese prieto monte padrino de las siete gracias”, vos serás desde ahora y para siempre, un arroyo más serpenteando entre la hidrografía de esa patria del agua que tanto amaste.